martes, 30 de marzo de 2010

Una vieja receta para el olvido

El tiempo cada día transcurre más lento, cual monótona melodía del silencio, añejando día con día los mismos ingredientes que una y otra vez se repiten en la receta del olvido.
Dolor, tristeza, llanto, angustia, uno tras otro van a dar al caldo, lo mismo que las alegrías y las sonrisas caen en la sopa desabrida y sin sazón, apenas condimentada por las amargas experiencias y los agridulces amores perdidos.
Permanece la silenciosa espera, aguardando al primer hervor en el ya apagado fuego de las pasiones. En el cual, con llanto los viejos reencores se derraman sobre la leña quemada y las cenizas de los aún recordados arrebatos.
Una vez apagado se deja enfriar lentamente hasta que la herida interna deja de doler y los deseos y las añoranzas se hayan apaciguado.
Se coloca en un frasco, tapado erméticamente, de preferencia con una tapa que no sea fácil de quitar. Se deja añejar el tiempo que sea necesario y no se abre sino hasta que su color gris opaco se ponga tornasol o rosado.
En todo caso, no importa si se deja olvidado y solitario, sólo hay que cuidar que la botella no se rompa en medio del llanto.
No se sirve, ni se toma, sólo se revisa una vez cada que la experiencia lo solicita, mas no antes de que cambie su color, pues como veneno asesino será la poción.
No exponga a la luz sino está lista, ya que es muy reactiva y no se puede cubrir pues es fluorescente y resplandece bajo las cubiertas.
Sea cuidadoso y al abrirla no la condimente de más, pues no habría de tener efecto igual.
Una vez abierta déjese refrigerar y guárdese de nueva cuenta. No vuelva abrirla sino es necesario y no se deje abierta por más de lo necesitado. Sus efectos pueden revertirse si no se siguen las indicaciones y pueden variar según lo que se desee olvidar.

06/feb/2007

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